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Lea las cinco noticias principales de este viernes, 16 de septiembre de 2022
Suponga que vive en una gran ciudad; que una mañana de otoño va caminando, como otra cualquiera, presuroso y con la mente atiborrada de preocupaciones y tareas por hacer; y que en ese ir y venir autómata y a menudo desquiciado encuentra en el asfalto, bajo sus pies, este mensaje impreso en letras grandes y claras: 'Te haré el humor hasta llegar al orgasmo'. O este otro: 'Mi más sentido bésame'. O este: 'Perdona rápido, agradece lento'. O un: 'A veces reírse en lo más serio'. Esto es lo que les ocurrió a miles de madrileños y barceloneses un día de octubre de 2014, cuando decenas de pasos de peatones de ambas megalópolis aparecieron misteriosamente rotulados con pellizcos poéticos dulces, provocativos, risueños, desarmantes... Durante meses, el ceño de muchos peatones se descontrajo al cruzar la calle y las redes sociales ardieron con imágenes de ciudadanos sonrientes pisando los versos.
Algunos medios de comunicación señalaron de inmediato al colectivo madrileño Boa Mistura (buena mezcla, en portugués). Probablemente, porque dos años antes, en 2012, miembros de ese mismo grupo fueron pillados in fraganti cuando, a plena luz del día y enfundados en chalecos amarillos (como si les amparara una hipotética autorización municipal que nunca solicitaron), pintaban 'Madrid, te quiero en colores' sobre una hilera de muros grises inutilizados de la ciudad. Aquel encontronazo les costó una multa y el disgusto les retuvo durante algún tiempo a la hora de admitir su autoría sobre su nueva intervención, también ilegal.
Esta vez aprovecharon la clandestinidad de la noche para, en un plan perfectamente organizado, abordar los pasos de cebra más estratégicos de ambas urbes -por su localización céntrica y su tránsito abultado-, colocar unas plantillas milimétricamente preparadas y rellenarlas de espray blanco para dar vida a versos extraídos de canciones del músico Leiva y del rapero Rayden, o de la obra de Amaia Crespo y de los poetas Ajo o María Leach. En todos los casos, con su bendición y complicidad.
'Te comería a versos', bautizaron al proyecto, que explicaron como «un acto de amor de artistas y poetas para humanizar nuestras ciudades». Aunque no fueron simpatías todo lo que cosecharon -sectores conservadores lo rechazaron por «vulnerar la Ley de Seguridad Vial»-, la idea ha tenido réplicas en distintos lugares de la geografía española, desde Orihuela a Vigo o Almería, hasta erigirse en política municipal. Con todas las formalidades y licencias preceptivas.
El Gobierno de Ahora Madrid, liderado por Manuela Carmena, ha comenzado estos días a ilustrar 1.100 pasos de cebra de los 21 distritos de la ciudad con frases poéticas aportadas en buena medida por los propios residentes, además de escritores reconocidos. El Ayuntamiento alentó a los ciudadanos a enviar sus propias creaciones poéticas y, entre el 6 de agosto y el 7 de septiembre, recibió cerca de 21.000 propuestas. Tras una criba efectuada por un jurado en función de la calidad, la inspiración literaria ha regresado al pavimento de la capital.
Lo que empezó siendo una actuación proscrita de Boa Mistura, hoy se llama 'Versos al paso' y tiene una partida propia en los presupuestos consistoriales. «Es una feliz paradoja. En 2012, dos años antes de nuestra intervención, presentamos el proyecto al Ayuntamiento de Madrid -entonces, en manos de Ana Botella- y nos respondieron que eso no era lo que necesitaba la ciudad en ese momento. Y ahora son ellos los que han venido a buscarnos. Ha sido toda una sorpresa. Estamos muy contentos», admite a este periódico sin disimulo Pablo García Mena, un arquitecto de 36 años integrante de un colectivo que, en estos últimos años, ha crecido y roto muchas otras fronteras. Físicas e intangibles.
Integrado por diseñadores gráficos, ingenieros o licenciados en Bellas Artes, Boa Mistura ha llevado a México, Paraguay, Polonia, Argelia, China, República Dominicana o Sudáfrica su arte urbano, especializado en murales capaces de dinamizar comunidades vulnerables y barrios olvidados, y de hacer brotar sentimientos de orgullo y de pertenencia allí donde no los hay o ya no quedan. «El secreto está en incorporar a la gente en las actuaciones, tanto en la concepción como en la ejecución. La magia se crea cuando les das un brocha. Hacen el proyecto suyo y la concepción de su entorno cambia», detalla García Mena.
Uno de sus últimos trabajos se exhibe en Kibera, Nairobi, el mayor suburbio urbano de África, con un millón de personas. «Sisi ni mashujaa», reza en swahilii sobre un mural que reproduce el estampado de la tela con la que las mujeres se visten allí. Significa «somos héroes». Que no lo olviden.
El Chorrillo, un antiguo barrio de pescadores de Ciudad de Panamá, quedó arrasado por las bombas durante la invasión estadounidense. Tres años después, en 1991, compensaron a sus habitantes con varias moles de hormigón en donde se hacinan cientos de familias. En la actualidad, este distrito está asociado a la delincuencia y se considera una de las zonas más calientes de la ciudad. En 2013, una galería de arte local sufragó la intervención de Boa Mistura en el bloque Begonia, donde residen 50 vecinos. Desde entonces, su fachada proclama en mayúsculas y a todo color «Somos luz». «Representa un nuevo comienzo cargado de esperanza», explica el colectivo.
La Paqui, una gitana del barrio, cantó la idea. Literalmente. En una reunión vecinal con Boa Mistura para consensuar el modo de romper el estigma de La Cañada Real, una zona de asentamientos ilegales reducida coloquialmente a «el mayor supermercado de la droga de Madrid», se arrancó con 'El alma no tiene color', una canción con letra de un poema de Antonio Remache. Al terminar, sus vecinos la abrazaron. Desde el verano, esos versos están impresos, en tamaño XXL, en 52 muros pintados en rojo, naranja, amarillo, verde, turquesa y azul, en un degradado similar al que experimenta la propia barriada, en la que conviven 8.000 personas de 17 nacionalidades a lo largo de los tres distritos de la capital que ocupa. Sin apenas ayudas, 'La Cañada engancha' ha sido costeado por el propio grupo de artistas.
A unos setenta kilómetros de Atenas, cerca de un millar de refugiados permanecen estancados en el precario limbo del campo de refugiados de Ritsona. El pasado mes de abril, los miembros de Boa Mistura, en colaboración con un equipo de arquitectos italianos, propuso la creación de un espacio multifuncional y adaptable con capacidad para albergar hasta cien individuos sobre una superficie de hormigón de cuatrocientos metros cuadrados. Dado que la gran mayoría de las personas allí atrapadas son de origen kurdo, sirio e iraquí, los artistas españoles propusieron un trabajo inspirado en los 'girihs', formas geométricas propias del arte islámico. Una evocadora propuesta dirigida a que «mantengan viva su identidad y a que recuerden quiénes son y de dónde vienen», que sufragó la firma MPP Marketing.
El espacio público más singular del enclave obrero de San Millán, en Segovia, una pirámide gris en una plaza, estaba deteriorado y abandonado, y era motivo de conflicto entre los mayores y los jóvenes del barrio. «Al intervenirlo artísticamente le dotamos de un nuevo relato, lo resignificamos y lo pusimos en valor». Bajo el sol de la cúspide y un cielo estrellado, el azul baña el resto del hito recuperando así la ilusión de que las aguas del río Clamores, en su día soterradas, vuelven a correr por el vecindario. En torno al caudal, las casas de San Millán, que evocan con sus tonos encarnados su pasado como fabricante de tejas, antaño su industria principal. En el perímetro, el verde de los campos de cultivo tan característico de su historia. La Fundación Montemadrid, de Bankia, costeó la alegoría.
El hallazgo de una de las muchas minas descubiertas en la región minera de Antofagasta, una ciudad portuaria al norte de Chile, provocó en 1925 el crecimiento explosivo e irregular del barrio de Miramar. Cuatro años después fue declarado ilegal y se ordenó su derribo. Nunca se ejecutó. Hace un año, el plan de desarrollo de la ciudad contempló, por fin, una actuación para dignificar la colonia. Boa Mistura empezó por realizar una prospección oral. Se encontró con que los residentes añoraban una identidad de barrio, al tiempo que destacaban la presencia visual del Pacífico -de ahí su nombre, Miramar- como un valor importante en sus vidas. De aquellas charlas surgió la marea de color que abraza a seis calles y 136 casas en una intervención mural de 7.500 metros cuadrados.